La obesidad ha alcanzado proporciones de pandemia global, con más de 2 100 millones de habitantes afectados por el sobrepeso o la obesidad, el 30 % de la población mundial1. Se prevé que el número aumente hasta el 50 % de la humanidad en 20301. El impacto económico mundial es tremendo y supone un coste de 2 billones de dólares (2,8 % del producto interior bruto) para controlar la diabetes y sus complicaciones, como las enfermedades cardiovasculares1.
Algunas de las causas de ese aumento de la obesidad probablemente tengan su origen en el ambiente «obesogénico» en el que vivimos. La urbanización ha tenido un papel negativo debido a la sedentarización laboral, la informatización y la mecanización y las mejoras en los medios de transporte. También se han producido cambios notables en la alimentación, con el crecimiento exponencial de la industria de la comida rápida que ofrece alimentos altamente procesados, ricos en grasas, azúcares y sal. La ganadería también ha cambiado de manera que los animales de consumo se crían en condiciones intensivas, que propician un alto contenido de omega-6 y menores cantidades de omega-3. Como recordarán, los ácidos grasos omega-3 ejercen beneficios cardioprotectores y antiinflamatorios y pueden desempeñar una función preventiva de la diabetes y de ciertos tipos de cáncer. Los cereales también están demasiado refinados y aportan cantidades insuficientes de fibra, micronutrientes y otras sustancias beneficiosas de origen vegetal (fitoquímicos).
Australia está experimentando las mismas tendencias que otras zonas del mundo, independientemente de las recomendaciones publicitadas para aumentar el consumo de frutas y verduras. El Sistema Nacional de Salud, en 2011-2012 reveló2 que los australianos están comiendo un 30 % menos de frutas y verduras que hace 15 años. Además, el 25 % de los adultos no incluyen verduras en su dieta, mientras que solo el 7 % de la población australiana consume las 5 porciones de verduras recomendadas al día. El consumo de frutos secos y granos también está bajando significativamente: de media, el australiano corriente consume 6 g de frutos secos o semillas al día en comparación con los 30 g/día recomendados. De los 3 kg de alimentos y bebidas consumidos cada día, el 35 % de la energía procede de alimentos con alto contenido en grasas y azúcar, como pasteles, galletas, alcohol, refrescos y patatas fritas.
La adiposidad central es frecuente en la diabetes; los adipocitos segregan varias citosinas que provocan inflamación. Sin embargo, la dieta mediterránea posee grandes virtudes por sus propiedades antiinflamatorias, que constituyen una defensa contra las citosinas.
La dieta mediterránea tradicional tiene una proporción favorable de grasas, carbohidratos y proteínas, todos ellos antioxidantes y antiinflamatorios. Además, tiene una huella ambiental baja y es asequible económicamente para mucha gente. Su proporción entre alimentos de origen vegetal y animal es de 4:1 y muchas de las grasas tienen un alto contenido en omega-33. Los 10 componentes básicos de la dieta mediterránea tradicional se detallan a continuación (Tabla).
En un metanálisis de plataforma se revisaron 13 metanálisis de estudios observacionales y 16 metanálisis de ensayos controlados y aleatorizados4. La población total se aproximó los 13 millones de personas y se centró específicamente en la dieta mediterránea y en 37 resultados de salud4. Los hallazgos aportan pruebas convincentes acerca del beneficio sobre la incidencia de la enfermedad de Alzheimer, de la demencia, del cáncer en general y de otras enfermedades neurodegenerativas4. Se obtuvieron resultados muy interesantes en relación con la mortalidad general, las enfermedades cardiovasculares, la coronariopatía, el infarto de miocardio, la incidencia del cáncer y la mortalidad por tal causa, el deterioro cognitivo y la diabetes. También se observaron datos sugestivos en varios resultados de salud4.
Un estudio de revisión sistemática o metanálisis se centró en el cumplimiento de la dieta mediterránea y en el riesgo de contraer diabetes5. Según los datos de más de 122 800 pacientes recopilados entre 2007 y 2014, hubo una reducción del riesgo relativo combinado de padecer diabetes de tipo 2 del 19 %5.
En Australia existe una paradoja con los inmigrantes griegos, ya que parecen sufrir una mortalidad inferior a pesar de los perfiles de alto riesgo cardiovascular, que incluyen la prevalencia de la diabetes. Para analizar este hallazgo con más detalle, se revisaron los datos del Melbourne Collaborative Cohort Study con el fin de determinar si la dieta mediterránea redujo la mortalidad6. En más de 40 000 hombres y mujeres con diabetes de tipo 2 nacidos en Australia y en el sur de Europa, hubo una reducción pequeña pero significativa (hombres 4 %, mujeres 6 %) de la mortalidad por unidad de puntuación de la dieta mediterránea6.
También se analizó la prevalencia de la retinopatía diabética comparando a varones nacidos en Grecia (22 %) con otros nacidos en Australia (37 %) y la procedencia o ascendencia griega se asoció con un 68 % menos de probabilidades de sufrir tal afección tras el ajuste de los datos por edad, duración de la diabetes, concentración de HbA1c y otros parámetros7-8. El cociente de posibilidades fue de 0,32 (0,10-0,99); r2 = 0,41, p = 0,0477-8. El efecto del origen griego también fue positivo respecto a los pacientes australianos: los inmigrantes nacidos en Grecia tenían un riesgo menor de sufrir la retinopatía diabética9.
Todavía hay preguntas sin respuesta sobre si los beneficios de la dieta mediterránea pueden hacerse extensivos a otras poblaciones no mediterráneas. Para investigar este aspecto, se realizó un estudio cruzado y aleatorizado con una dieta mediterránea típica de Creta reconstruida en Australia. Después de 12 semanas siguiendo la dieta mediterránea al estilo griego ad libitum en comparación con la alimentación habitual, se observó una variación clínicamente significativa de la HbA1c (–0,3) equivalente a un descenso del 10 % en la mortalidad por cardiopatía coronaria en la diabetes tipo 210. Es importante destacar que estos resultados no dependieron de la pérdida de peso.
Al comparar una dieta baja en grasas con una dieta mediterránea, un estudio de 6 meses de duración reveló mejoras en las puntuaciones del índice inflamatorio nutricional en los pacientes con coronariopatía que siguieron la dieta mediterránea. Estos hallazgos demuestran las propiedades antiinflamatorias de este tipo de dieta.
La dieta mediterránea también ha demostrado mejorar la esteatosis hepática y la sensibilidad a la insulina en personas afectadas por la esteatosis hepática no alcohólica. Los pacientes que siguieron la dieta mediterránea mostraron casi un 40 % menos de lípidos hepáticos en comparación con el 7 % de los que siguieron la dieta baja en grasas (p = 0,03)12. También disminuyeron más las concentraciones séricas de insulina en los que siguieron la dieta mediterránea (35 %) que en los que tomaron la dieta con bajo contenido de grasas (0 %) (p = 0,008)12.
Declaraciones de los ponentes: El ponente afirma no tener relaciones relevantes sobre el contenido de esta presentación.
Escrito por: Debbie Anderson, PhD
Revisado por: Marco Gallo, MD